De tanto en tanto, alguno de los que aún no han cumplido 30 años me pregunta: “¿Cuándo comenzó todo esto, cuándo empézaron a declinar los EE.UU?" Me dicen, he oído decir que hubo un tiempo en el que la gente trabajadora podía mantener una familia, mandar los chicos al colegio sólo con el sueldo de uno de los progenitores (y que los colegios en estados como California y Nueva York eran casi gratuitos).
Un tiempo en el que todo el que quería un trabajo pagado decentemente lo conseguía. En el que la gente trabajaba solo cinco días a la semana, ocho horas diarias, que disponía libre e íntegramente de su fin de semana y que tenía vacaciones pagadas todos los veranos. Que en todos los trabajos había sindicatos, desde los reponedores de los mercados hasta el muchacho que pintaba tu casa y no importaba cuan modesto fuere tu trabajo tenías asegurada una jubilación, ascensos ocasionales, seguro de salud y alguien que te defendiera si te maltrataban.
La gente joven ha oído hablar de ese mítico tiempo, pero no era un mito, era realidad. Y cuando me preguntan: “¿Cuando terminó aquello?” Les contesto: “Terminó el 5 de agosto de 1981”
En esa fecha, hace treinta años, los grandes empresarios y la derecha decidieron "lograrlo", es decir, mirar a ver si podían destruir a la clase media para poder ellos ser más ricos.
¡Y lo lograron!
El 5 de agosto de 1981, el presidente Ronald Reagan despidió a todos los afiliados del sindicato de Controladores del tráfico aéreo (PATCO) que desafiaron su orden de volver al trabajo y declaró ilegal al sindicato. Habían hecho una huelga de dos días.
Había sido un movimiento valiente y temerario. Nadie lo había intentado antes. Lo que lo volvió más valiente fue que PATCO había sido uno de los tres únicos sindicatos que habían apoyado a Reagan para presidente. De modo que produjo un shock que se transmitió como una oleada entre los trabajadores del país. Si podía hacer esto a los trabajadores que lo apoyaban, ¿qué podría hacernos a nosotros?
Reagan había sido respaldado por Wall Street en su carrera hacia la Casa Blanca y ellos, junto a la derecha cristiana, querían reestructurar los EE.UU. y dar marcha atrás a la corriente que había iniciado el presidente Franklin D. Roosevelt, una corriente que intentaba mejorar la vida de la clase media. Los ricos odiaban pagar más impuestos y ceder beneficios. Odiaban cada vez más pagar impuestos. Despreciaban a los sindicatos. La derecha cristiana odiaba todo lo que sonara a socialismo o a dar una mano a las minorías o a las mujeres.
Reagan prometió terminar con todo eso. De modo que cuando los controladores aéreos declararon la huelga encontró el momento oportuno. Despidiendo a cada uno de ellos y declarando a su sindicato fuera de la ley, envió un mensaje claro y contundente. Los tiempos en que la clase media tenía un pasar confortable se habían terminado. Desde ese momento los EE.UU. seguirían este camino:
*Los super ricos lo serían más, mucho, mucho más y el resto se disputaría las migajas que ellos dejaran caer.
*¡Todo el mundo deberá trabajar! Mamá, papá, los adolescentes en su casa. ¡Papá tendrá un segundo trabajo! ¡A los chicos se les entregará la llave de la casa! ¡Los padres llegarán a casa a tiempo para acostarlos!
*¡Cincuenta millones de personas no tendrán seguro de salud! Y las compañias de seguros de salud decidirán a quién quieren curar, o no.
*¡Los sindicatos son el demonio! ¡Usted no deberá afiliarse a un sindicato! ¡Usted no necesita abogados! ¡Cállese la boca y vuelva al trabajo! No, usted no puede retirarse. Sus chicos pueden cocinar su propia comida.
*¿Usted quiere ir al colegio secundario? No hay problema, ¡solo firme aquí y se endeudará con el banco durante los próximos veinte años!
*¿Qué? ¿Un aumento? ¡Vuelva a su trabajo y cállese la boca!
Y así fue. Pero Reagan solo no podría haber impulsado esto en 1981. Tuvo una buena ayuda.
La AFL-CIO
La organización sindical más importante de los EE.UU. llamó a sus miembros a romper con los controladores de tránsito aéreo y volver al trabajo. Y fue lo que hicieron los sindicalistas. La Unión de Pilotos, los despachantes de vuelos, los conductores de transporte aeroportuario, los maleteros, todos rompieron la huelga. Y todos los sindicalistas de todos los sectores rompieron la huelga y volvieron a volar. Fue la Navidad en agosto para la Corporación Estadounidense.
Y ese fue el principio del fin. Reagan y los republicanos se dieron cuenta de que podían seguir adelante con todo, y lo hicieron. Redujeron los impuestos a los ricos. Le hicieron a usted más difícil organizar un sindicato en su lugar de trabajo. Eliminaron las reglamentaciones de seguridad laboral, ignoraron las leyes antimonopolios y permitieron que cientos de empresas se fusionaran o se compraran y se cerraran. Se congelaron los salarios y amenazaron con trasladarse a países de ultramar si los trabajadores no aceptaban salarios más bajos y menos beneficios. Y cuando los trabajadores aceptaron trabajar con menores remuneraciones, ellos de todas maneras, trasladaron sus empleos a ultramar.
Y los estadounidense siguieron paso a paso este camino. Hubo alguna pequeña oposición o contrataque. Pero las “masas” no lograron levantarse para proteger sus empleos, sus casas, sus escuelas (que solían ser las mejores del mundo). Solo aceptaron su destino y aguantaron los golpes.
Me he preguntado a menudo qué habría pasado si hubiéramos dejado de volar en aquel momento, en 1981. Si todos los sindicatos hubieran dicho a Reagan “¡Devuélvales sus trabajos a los controladores o tiraremos el país abajo!” Usted sabe lo que habría pasado pasado. La élite corporativa y Reagan, su delfín, habrían dado marcha atrás.
Pero no lo hicimos. Y así poco a poco, golpe a golpe, en los siguientes 30 años, los dueños del poder han destruido la clase media de nuestro país y de paso han arruinado el futuro de la juventud. Los salarios han permanecido estancados en los últimos treinta años. Fíjense en las estadísticas y podrán ver que cada uno de los declives que estamos sufriendo tiene su origen en 1981 (hay una pequeña escena que lo ilustra en mi último filme).
Todo comenzó un día como hoy hace treinta años. Uno de los días más negros de la historia de Estados Unidos. Y dejamos que nos sucediera. Tenían el dinero, los medios y la policía. Pero nosotros eramos 200 millones. Pregúntese que habría pasado si 200 millones de personas hubieran tomado conciencia y amado a su país, su vida, su trabajo, sus fines de semana, su tiempo junto a sus hijos.
¿Nos hemos sublevado? ¿A qué estamos esperando? Olvídense del 20% que apoya al Tea Party, nosotros somos el otro 80%. Esta declinación solo se terminará si nosotros lo pedimos. Pero no solo a través de un pedido on line o un tweet. Vamos a apagar el televisor y la computadora y los videogames y a salir a las calles (como hicieron en Wisconsin). Algunos de ustedes deberán ir a la administración local el año que viene. Necesitamos que también los demócratas dejen de recibir dinero de las corporaciones o se aparten.
¿Cuándo es suficiente? El sueño de la clase media no reaparecerá mágicamente. Los planes de Wall Street son claros. Estados Unidos será una nación de los que tienen mucho y de los que no tienen nada, ¿le parece bien?
¿Porqué no detenernos a pensar sobre los pasitos que podemos ir dando para cambiar esto a nuestro alrededor, en el barrio, en el lugar de trabajo, en la escuela? ¿Hay algún día mejor que el de hoy para comenzar?
Suyo,