Para la funcionaria, "es altamente valioso producir conocimiento experimentando". "Un niño me contó que trabajando en la huerta vio que antes de que nazcan los tomates aparece la flor y que en su base se empieza a formar el tomatito". Ese "descubrimiento del órgano reproductor de la planta no lo hacen de un libro, lo ven y lo viven en contacto con la naturaleza", ejemplificó Moraes a IPS.
Uno de esos programas es el de Huertas Comunitarias de la Facultad de Agronomía, que gracias a un convenio entre la estatal Universidad de la República, el gobierno del sureño departamento de Montevideo y el Consejo de Primaria ha permitido recuperar el contacto con la tierra a niños y niñas de 48 escuelas de zonas marginales de Montevideo.
También florecieron de la mano del programa de Huertas Ecológicas en las Escuelas de la Fundación Logros, que trabaja desde 1996 en este país y en vecinos con escuelas urbanas, pero sobre todo rurales. Está presente en 400 centros educativos e involucra a 45.000 alumnos. A través de la Organización de los Estados Americanos, el plan es extensivo a Argentina y Brasil.
Responsabilidad empresarial
El programa de huertas orgánicas surge antes que la propia de la Fundación Logros en el área de responsabilidad social empresarial.
A través de un plan de reconocimiento a mujeres, la empresa de cosméticos Nuvó distinguió en 1996 la tarea de la maestra Marlene Arrarás, quien había implementado una huerta en la escuela pública 31 del occidental departamento uruguayo de Salto. El programa fue luego transferido a la Fundación.
"Nos pareció que era un modelo válido para replicar", dijo Gancman y agregó que el proyecto se llevó adelante con el apoyo de empresarios solidarios y la motivación de miles de maestros y voluntarios.
"El común denominador de los programas es que utilizan la huerta como herramienta educativa", explicó a IPS La ingeniera agrónoma Andrea Crocco, integrante del equipo técnico de la Fundación encargado de asesorar a los maestros en el área agronómica y social.
Allí se sugiere que se cultive en una huerta protegida (invernáculo) para tener independencia de las condiciones climáticas y estar siempre disponible para los niños. También proponen que se trabaje "imitando a la naturaleza, con diversidad de cultivos, y en forma orgánica sin agrotóxicos ni químicos", detalló.
Lechugas, rúculas, acelgas, espinacas, morrones, tomates, zapallos, zapallitos, zanahorias, remolachas, melones, frutilla, flores y hierbas aromáticas y medicinales se plantan en las escuelas, dependiendo de la época del año.
Pero "la prioridad no es la cosecha sino la propuesta educativa, la posibilidad de emprender, de comprometerse con algo, y el trabajo en equipo, porque una persona sola no puede mantener todo eso", añadió Crocco.
Además es una manera de aprender matemáticas, estadística, ciencias de la naturaleza y ecología, entre otras materias.
MODELO A IMITAR
Años atrás, la directora de una escuela de la zona rural del departamento de Canelones, contiguo a Montevideo, observó que muchas familias del lugar viajaban hasta la capital del distrito, distante cuatro kilómetros, para comprar hortalizas y pensó que se podía cambiar ese hábito costoso y lograr que cada una de las quintas circundantes tuviera también su huerta familiar.
Así, María Leonor Rossi, maestra y directora de la escuela Las Violetas, rodeada de bodegas y quintas de árboles frutales, les demostró a sus vecinos que no se precisaban grandes espacios para proveer de esos alimentos a la familia, que sólo alcanzaba con una pequeña parcela de tierra.
Comenzaron a cultivar en un invernáculo de tres metros cuadrados, instalado por la Fundación Logros, y con el tiempo "la escuela se convirtió en un referente para los productores de la zona", comentó a IPS. Y la posterior apuesta por el cultivo orgánico mejoró sus hábitos alimenticios.
"Pero lo mejor fue que los padres aprendieron eso de sus propios hijos y vieron la posibilidad de empezar a trabajar de forma orgánica los cultivos a gran escala", agregó.
Hojas de árboles eucaliptos y cebolla maceradas, mezclas de alcohol y ajo, cáscaras de naranja y arroz esparcidas, son algunos de los "remedios" que aplican para evitar que las hormigas depredadoras proliferen.
Flores de color amarillo y azul ayudan a repeler los insectos, al tiempo que atraen a los polinizadores que alejan plagas. "Hay olores y colores que provocan un efecto especial en los insectos, que al sentirlos y verlos, se van para otras quintas, como dicen los alumnos", explica la directora de Las Violetas.
También las infusiones de acelga y pimientos sirven para ahuyentar algunas plagas y sobre todo el ajenjo que se consigue en los bosques próximos a la escuela.
Para Rossi, "lo importante es que observen e investiguen, pues no podemos perder nunca de vista que estamos enseñando, que la escuela no se puede transformar en una quinta, pero el trabajo en la huerta puede funcionar como disparador de diferentes enseñanzas".
TIEMPO DE AULAS VERDES
En el corazón del noroccidental departamento de Artigas, limítrofe con Brasil, se encuentra el poblado Baltasar Brum, con poco más de 2.000 habitantes, muchos de los cuales se dedican a la cría de bovinos y ovinos y a prestar servicios anexos a esa actividad.
Marcos Arzoaga, maestro de la escuela 77 que lleva le nombre del pueblo, contó a IPS que el programa de huertas comenzó allí en 2002, el mismo año en que maestras de varias partes del país denunciaron que los niños y niñas sólo comían pasto debido al aumento drástico de la indigencia como resultado del colapso financiero que devastó la economía de Uruguay a comienzos de la década.
"Con el colectivo docente vimos que había algunos problemas, entre ellos que una treintena de niños rechazaban las verduras, y nos propusimos modificar esos hábitos alimenticios, a la vez que mejorábamos los aprendizajes en ciencias naturales y llevábamos la experiencia de la escuela a la comunidad".
Vieron que de 129 familias, sólo 29 tenían huertas pese a que la mayoría de ellas tenían tierras.
"Los niños se motivaron mucho y multiplicaron la experiencia de la huerta en la escuela en la casa. Muchos no te probaban un repollo, pero como era fruto de su trabajo querían consumir lo que habían producido", contó Arzoaga, autor del libro titulado "Una escuela productiva y sustentable".
Sus alumnos también se encargan de administrar los fondos obtenidos con la venta de parte de lo producido. "Llevan las cuentas en un libro de caja y un cuaderno de comprobantes. Todos los meses se hace una rendición de cuentas en la clase", contó el maestro.
Con los excedentes de ocho años de trabajo (y aprendizaje) en la huerta se compraron un pizarrón, bancos, equipo de audio, televisión, DVD y otros artefactos que sirvieron para acondicionar el "aula verde".
El año pasado incorporaron un parque frutal, dos invernáculos en los que cultivan frutillas, e inauguraron la cría de gallinas. La cáscara del huevo sirve para el control de hormigas, el estiércol para abonar los almácigos y canteros. "Todo lo que se produce en el predio de la escuela se aprovecha", dijo el maestro.
Hace tres años, la Fundación Logros adicionó un programa de cultivo de frutales en escuelas rurales que tienen predios de varias hectáreas. Durazneros, naranjos, ciruelos, manzanos, son algunos de los árboles que se cultivan como parte de este proyecto realizado en convenio con el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), que brinda apoyo técnico.
El año pasado este programa se llevó a cabo en 36 escuelas. "La idea es hacer un mínimo de supervisión junto con los maestros, para que los alumnos hagan un seguimiento de los cultivos, que observen cómo van creciendo y cómo es su producción", dijo a IPS Roberto Zoppolo, ingeniero agrónomo del INIA, quien forma parte del equipo de técnicos de Fundación.
Para el programa de quintas frutales en escuelas, el INIA seleccionó las especies que se adaptan mejor, que pueden ser producidas en condiciones de cultivo orgánico y cuya cosecha se produce en el periodo escolar.
Además, "se trató de volver a los frutos nativos del país como el guayabo y el arazá que son especies autóctonas y su consumo se ha perdido", precisó.
A su entender, los jóvenes que forman parte de estos programas aprenden "el compromiso de cuidar algo para llegar a una meta y obtener un producto, que las cosas requieren de esfuerzo y continuidad para obtener resultados, también que la naturaleza tiene sus leyes, sus ciclos, y hay que respetarlos".
LABORATORIOS VIVOS
La directora ejecutiva de la Fundación Logros, Graciela Gancman, entiende, como dijo a IPS, que el programa "tiene la cualidad de formar redes en todo el país". "El mayor aporte es trasladar el conocimiento, hay que tener el conocimiento adecuado y referentes para saber a dónde acudir en caso de plagas, mal tiempo u otros agentes externos".
Una de las claves es plantar diversidad de cultivos. "Si recordamos como plantaban los abuelos que traían consigo ese conocimiento de Europa, no había una fila de lechugas sino todo entreverado, un poquito de cada cosa para la mesa familiar", repasó.
"Esa es una condición de la naturaleza: a mayor diversidad, mayor productividad", dijo Gancman , para quien las aulas verdes constituyen una experiencia vivencial, un "laboratorio vivo".
A fin de año, cuando los niños y niños de escuelas de todas partes del país presentan los productos de la huerta se realiza una ceremonia que se hace coincidir con el Día Mundial de la Alimentación, que es el 16 de octubre, en la que se invita a representantes de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
"Estamos promoviendo una alimentación saludable. Parte de lo que se cultiva se procesa en las escuelas y así los niños aprenden a hacer diferentes platos con verduras con recetas que luego se llevan a la casa", complementó Moraes.
En algunos casos, la huerta no alcanza para abastecer el servicio de comedor de la escuela, pero siempre hay suficientes verduras para servir una suculenta ensalada con las primeras cosechas de lechugas y arvejas, contó la consejera de Primaria. En otros, con los excedentes se realizan conservas, mermeladas e incluso bombones de zanahoria.
Cuando llega el tiempo de vacaciones y los centros de estudio se cierran, las huertas quedan en manos de padres que integran las comisiones de fomento, de los caseros o de los maestros que integran los programas educativos de verano.
Para los miles de niños que formaron parte de estos programas, la vuelta a clases no es sólo volver a abrir los cuadernos y atender a las maestras, también es dar vuelta los canteros y escuchar lo que la naturaleza tiene para decir.
Por Silvana Silveira
26.02.2010
MONTEVIDEO, feb (IPS)
Uy.Press - Agência Uruguaia de Notícias
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